La dramaturgia del propio autor (Ariel Barchillón) y del director, Alejandro Giles, lo convirtieron en un monólogo sorprendentemente genuino e inusual en el panorama teatral de su momento. 

Esa fue, sin duda, mi consagración como actriz… mi madurez escénica. 

Un monólogo intensamente dramático, onírico, críptico… Un texto que se espeja en sí mismo lleno de sorpresas, un pulso escénico conmigo misma de dificilísima ejecución, del que puedo decir, sin duda y sin vanidad, que salí más que airosa… sobre todo gracia a la excelente dirección.

Hacer de un texto literario bizarro un trabajo expresivo no es fácil. Ejecutarlo requirió mucho entrenamiento físico y altísimas dosis de concentración, además de registros.

Es el trabajo con el que he tenido sensaciones cósmicas, místicas, absolutamente sublimes.